jueves, 22 de mayo de 2008

CRÒNICA




CAMINO A LA PALMA


LA CORDILLERA ERIGE ICONOS A LA VIDA


Enorgullecido por una raza que ofrecía sus lágrimas, en culto al sol para purificar sus almas.


Un sol radiante se eleva en la montaña y como mensajera del cóndor, victima un nuevo despertar de polvo rojo; parece que la violencia impuesta en la conquista, hubiera transgredido las fronteras generacionales, aún más genéticas, para convertirse en una actitud inconsciente, extraña y no simplemente eso, sino también cotidiana.


Impetuoso, la cordillera erige iconos a la vida. Rodeado de estas el valle de los hacaritamas se muestra altivo; enorgullecido por una raza que ofrecía lágrimas, en culto al sol para purificar sus almas, a esto seguramente se debe apacible clima que refresca la región.


La plaza de mercado público en las mañanas, es concurrido; por todos los productos agrícolas de la zona, son traídos buscando ese punto como centro comercial. Allí se ubican a los lados de la vía, los vehículos, en los que a diario se transporta la esperanza, de cientas de personas en búsqueda de un pequeño poblado, que magnetiza con un suave embrujo; la palma.


Generalmente a medio día se inicia el parsimonioso recorrido, tomando la central que de la población conduce a la capital del departamento. En este trayecto, muchas personas suben y bajan constantemente durante todo el viaje; lo que hace que la distancia, relativamente aumente a nuestra apreciación. Después de abandonar la vía central, se toma una desviación que conduce a Belén. Aquí el paisaje es desolador y la erosión ha diseñado una arquitectura especial; tapizando la arena durante años, para conformar gigantescos castillos, grutas, laberintos y formas mágicas que llamen la atención de gente que no transita, con frecuencia por estos lugares.


Finalmente se llega al pueblo. Un caserío muy bien ordenado deja entrever que sus habitantes han procurado durante tiempo, causar una buena impresión a los visitantes; las fachadas de las casas en forma uniforme están decoradas con plantas ornamentales, pero en las calles casi siempre se ve poca gente, en un ambiente de tristeza, soledad y atracción. Hasta aquí, la carretera es bastante transitable y la topografía plana, a partir de este lugar, todo dispone que empezamos a escalarnos. El objetivo, un pequeño caserío ubicado en la parte más alta del recorrido; la montañita. El paisaje ratifica su nombre y el viento fuerte de cordillera impregnado de polvo rojo, nos calienta el espíritu. Abordamos al sitio, la carretera facilitó a las casas, acomodarse a su disposición, aquí el ambiente tiene cierto olor al olvido; empieza a atardecer, el sol se despide de la cordillera con nostalgia, las nubes parecen cubrir de inmensidad los secretos de todo lo que sucede bajo su luz. Hoy es un día domingo, la gente del campo asiste a misa en las mañanas, en búsqueda de Dios; creo que para exigirle un poco de paz, además, claro, cumplirle el compromiso a la tradición. No es cómodo para un extraño caminar por estas calles; las miradas se encuentran, los secretos viajan, provocando un sentimiento de inseguridad. Es innegable que los innumerables problemas de orden social, han generado en una profunda violencia, que se siente de cerca, en el semblante de la gente. Violencia que nos llena el estómago de hielo; que se fermenta y reproduce en el temor ajeno.


Este pueblo es uno de esos que el viento y la gente que lo habitan, quisieran dejar al olvido pero no pueden y sobreviven en el amor heredado de los ancestros por su tierra. La primera impresión después de abandonar la montañita, es que se emprende camino a un lugar sin destino; un pueblo donde el volátil polvo rojo lo impregna todo. Las miradas se llenan de montañas, escondiendo en su espesura, los misterios de la violencia política del país, sus conflictos, el olvido mismo; en la razón de tanta gente para vivir en circunstancias tan adversas, me pregunté constantemente, como sería la situación mas adelante; si el camino se mostraba atento a nuestro andar y cada piedra estremecía la esperanza. Sin embargo estaba allí para sentirlo, a medida que el tiempo transcurría; ineludiblemente nos acercábamos, el sol enrojecido por el mismo polvo, miraba con gesto melancólico. Escuche de algunos pasajeros “ya casi llegamos” miré con expectativa por la ventana del bus y en la parte alta de una peña; la virgen del Carmen, con sus brazos abiertos, nos ofrecía su bienvenida. De aquí se observa una panorámica excelente de la palma. Transcurren unos minutos y estamos donde queríamos estar, la curiosidad de la gente es notable por saber quien llega. Su cariño se manifiesta, mediante saludos, sonrisas y gestos de agrado; la verdad esperaba un pueblo triste, agobiado, desesperado, contradictoriamente sonríe de optimismo seducido por la música, extrañamente contagie de alegría y entusiasmo.


Es aquí, en este pueblo oculto en la alta cordillera, donde ajenas a la realidad, su gente vive inmersa en sus sueños. Es aquí donde mimatizadas, entre montañas, duermen las ilusiones, los miedos, las alegrías y las historias esculpidas por el viento que en el transcurso de una década he podido escuchar.

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